En
la obra, “Aquello por lo que luchamos”, de 1943 Kokoschka nos plantea una
alegoría política que realizó durante su estancia en Londres, y
advertimos una simbología bastante clarificadora en su composición. En la zona
central superior vemos la hipocresía de un obispo que bendice a las tropas que
parten hacia el frente al tiempo que con su mano libre está depositando una
moneda en la caja de ayuda a la Cruz Roja. En el primer plano se encuentra una
madre desesperada y famélica que sostiene un niño desnutrido en su regazo, el cual está jugando con una rata y en su mano derecha
sostiene como único alimento un hueso. La industria armamentística
estadounidense aparece a la izquierda como un monstruo con dos palancas
por brazos, y que con uno saca un conejo azul, que significa la paz, en un
intento de proporcionar esperanza para el futuro, pero que es puro fingimiento.
En otra zona del cuadro vemos restos
humanos que una máquina de armamento convierte en balas, como si los seres
humanos no lo fueran sino que tan sólo significaran elementos para la guerra.
En primer plano y a la derecha, junto a un Gandhi medio escondido, vemos un
busto de Voltaire con la inscripción CANDIDE, referido a su obra “Cándido: el
mejor de los mundos posibles". Su forma de percibir los “sucesos
históricos”, cuando ocurren, cual si de un cronista se tratara, muestra de forma categórica su posición
política pues realiza una dura crítica de la sociedad que nos devora.
Sin la presencia de Oskar Kokoschka,
el expresionismo germánico se vería privado de uno de sus elementos
fundamentales. Kokoschka, en 1952, diría sobre la situación que se estaba
viviendo a nivel mundial: “…La experiencia es lo que nos hace salir de la
condición de miembros de un rebaño para hacernos verdaderamente hombres.
Igualmente vacía es la existencia del esteta encerrado en su propia torre de
marfil. La suya es una existencia inútil y antisocial, como desarrollo en un
refugio blindado y subterráneo. Finalmente, no podemos olvidar que el mundo no
existe por uno sólo y que no se mueve sólo por nosotros”. Como vemos tiene una fuerte
conciencia social y desde sus comienzos
vemos en sus figuras un fuerte, transgresor y agresivo colorido.
En cuanto al planteamiento de su obra,
en general, dado que en Austria se le acusaban de pintar mal, baste comenzar
con las siguientes palabras del periodista y crítico de arte Arthur Roessler,
escritas en 1911 y que dicen: “Elabora sus pinturas a partir de ponzoñosas
putrefacciones, de los jugos fermentados de la enfermedad; rielan en ellas el
amarillo de la bilis, el verde de la fiebre, el azul de la congelación y el
rojo de la tisis, y las sustancias que las ligan parecen ser un penetrante
yodoformo, el ácido fénico y la asafétida. Las aplica como un ungüento y las
deja convertir en ampollas de sarna, en cicatrices. Pinta los semblantes de
personas que se marchitan en el aire rancio de las oficinas, que codician el
dinero, que se mecen a la espera de la felicidad y que se divierten
groseramente. Pinta su piel sarnosa, su carne supurante y cocida por el calor
interno, ablandada por la disipación y acosada por la enfermedad. Posiblemente,
la torpe representación de la repugnante impureza de unos cuerpos enfermos,
esponjosos y porosos, correosos y fofos, manchados y moteados, no es sino la
expresión desesperada de un alma en atormentada desintegración que contempla el
mundo a través de unos ojos petrificados. La depravación es el atractivo de
estas pinturas. Tienen cierta importancia como manifestaciones de una época
decadente; juzgadas artísticamente, son masacres”.
La obra de Kokoschka es el reflejo de
una época degenerada, ocupada por una sociedad disoluta, hedonista hipócrita y
desenfrenada que nos facilita una visión, premonitoria, de la hipocresía que la adornaba pues trató de
distanciarse, en la posguerra, del apoyo que había dado a Hitler.
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