viernes, 15 de abril de 2016

AQUELLO POR LO QUE LUCHAMOS, DE KOKOSCHKA



         En la obra, “Aquello por lo que luchamos”, de 1943 Kokoschka nos plantea  una  alegoría política que realizó durante su estancia en Londres, y advertimos una simbología bastante clarificadora en su composición. En la zona central superior vemos la hipocresía de un obispo que bendice a las tropas que parten hacia el frente al tiempo que con su mano libre está depositando una moneda en la caja de ayuda a la Cruz Roja. En el primer plano se encuentra una madre desesperada y famélica que sostiene un niño desnutrido  en su regazo, el cual está  jugando con una rata y en su mano derecha sostiene como único alimento un hueso. La industria armamentística estadounidense aparece a la izquierda como un monstruo con dos palancas por  brazos, y que con uno saca  un conejo azul, que significa la paz, en un intento de proporcionar esperanza para el futuro, pero que es puro fingimiento.

         En otra zona del cuadro vemos restos humanos que una máquina de armamento convierte en balas, como si los seres humanos no lo fueran sino que tan sólo significaran elementos para la guerra. En primer plano y a la derecha, junto a un Gandhi medio escondido, vemos un busto de Voltaire con la inscripción CANDIDE, referido a su obra “Cándido: el mejor de los mundos posibles". Su forma de percibir los “sucesos históricos”, cuando ocurren, cual si de un cronista se tratara,  muestra de forma categórica su posición política pues realiza una dura crítica de la sociedad que nos devora.

         Sin la presencia de Oskar Kokoschka, el expresionismo germánico se vería privado de uno de sus elementos fundamentales. Kokoschka, en 1952, diría sobre la situación que se estaba viviendo a nivel mundial: “…La experiencia es lo que nos hace salir de la condición de miembros de un rebaño para hacernos verdaderamente hombres. Igualmente vacía es la existencia del esteta encerrado en su propia torre de marfil. La suya es una existencia inútil y antisocial, como desarrollo en un refugio blindado y subterráneo. Finalmente, no podemos olvidar que el mundo no existe por uno sólo y que no se mueve sólo por nosotros”. Como vemos tiene una fuerte conciencia social  y desde sus comienzos vemos en sus figuras un fuerte, transgresor y agresivo  colorido.

        En cuanto al planteamiento de su obra, en general, dado que en Austria se le acusaban de pintar mal, baste comenzar con las siguientes palabras del periodista y crítico de arte Arthur Roessler, escritas en 1911 y que dicen: “Elabora sus pinturas a partir de ponzoñosas putrefacciones, de los jugos fermentados de la enfermedad; rielan en ellas el amarillo de la bilis, el verde de la fiebre, el azul de la congelación y el rojo de la tisis, y las sustancias que las ligan parecen ser un penetrante yodoformo, el ácido fénico y la asafétida. Las aplica como un ungüento y las deja convertir en ampollas de sarna, en cicatrices. Pinta los semblantes de personas que se marchitan en el aire rancio de las oficinas, que codician el dinero, que se mecen a la espera de la felicidad y que se divierten groseramente. Pinta su piel sarnosa, su carne supurante y cocida por el calor interno, ablandada por la disipación y acosada por la enfermedad. Posiblemente, la torpe representación de la repugnante impureza de unos cuerpos enfermos, esponjosos y porosos, correosos y fofos, manchados y moteados, no es sino la expresión desesperada de un alma en atormentada desintegración que contempla el mundo a través de unos ojos petrificados. La depravación es el atractivo de estas pinturas. Tienen cierta importancia como manifestaciones de una época decadente; juzgadas artísticamente, son masacres”. 

         La obra de Kokoschka es el reflejo de una época degenerada, ocupada por una sociedad disoluta, hedonista hipócrita y desenfrenada que nos facilita una visión, premonitoria, de la  hipocresía que la adornaba pues trató de distanciarse, en la posguerra, del apoyo que había dado a Hitler.

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