sábado, 16 de abril de 2016

METRÓPOLIS, DE GEORGE GROSZ.



         La obra “Metrópolis” la comenzó a pintar George Grosz en diciembre de 1916, cuando tan sólo tenía 23 años. Dos años antes, al estallar la Primera Guerra Mundial, había sido llamado a filas y luchó en el frente, aunque en mayo de 1915 fue declarado no apto para el servicio militar. Regresó a su estudio, iniciando un periodo de gran actividad artística, del cual “Metrópolis” iba a ser la culminación de dicha etapa dando lugar a su propio manifiesto en cuanto al acto de afirmación de Grosz y de su pintura.

         Cuando Grosz apenas si había esbozado el cuadro, en enero de 1917 fue llamado de nuevo a filas, pero fue ingresado  casi de inmediato en un hospital militar para  someterle a interminables pruebas. En mayo de 1917, fue incapacitado por demencia y declarado no apto para el ejército. De nuevo en su estudio berlinés, volvió a trabajar en “Metrópolis” para terminarlo en julio de 1919. La obra tuvo efectivamente el impacto que Grosz deseaba.

     “Metrópolis” tiene una verídica atmósfera apocalíptica en la cual Grosz refleja el ambiente de inseguridad producido por la Primera Guerra Mundial  y la enajenación y locura que se había apoderado de la sociedad europea. Nos encontramos ante una ciudad alienada y entusiasmada por la velocidad y la prisa, ante la cual los ciudadanos se transforman en meros autómatas contrahechos, siguiendo las pautas del expresionismo imperante en la pintura.

         Los edificios están descuajados por una perspectiva postcubista, con sus perfiles iluminados por el color rojo de la electricidad y adornados con estridentes anuncios luminosos, así como la presencia de tranvías que se lanzan en medio de la confusión reinante sobre una multitud horrorizada.

         El edificio central del hotel con su atrevida perspectiva y el poste en primer plano son un punto de convergencia entre un cruce de líneas y planos que pertenecen  a las calles, tranvías, escaparates e hileras de personas que alcanzan un gran dinamismo y una enorme tensión, como distintivo clave de la época. Es un eje particularizado que viene marcado por la arista del edificio y  que se ve reforzado por el poste  que realza la verticalidad de la imagen sumándose a ello las filas de ventanas del edificio. Dicha verticalidad queda rota con las diagonales aparecidas debidas a las calles, a la gente que en ellas se encuentran y a  las zonas paralelas de los edificios que convergen hacia el centro del cuadro junto a la divergencia de esas líneas hacia los extremos de la obra y que son las que marcan la  profundidad y la perspectiva de la misma.

        Grosz exagera el efecto aterrador a través de las pronunciadas líneas de fuga, que conforman una  perspectiva de gran rigidez y, con el predominante color rojo que proviene de la esfera solar y que da paso a un ambiente abrasador e irreal que domina toda la pintura. No quiero dejar de lado el que  en esta obra se distingue una cierta abstracción en la disolución evidente de las formas.

Es sumamente característico la presencia  de la luz artificial, el lujo, y publicidad, que  contrasta con una Alemania desmoralizada y deprimida por la guerra que a duras penas podía sobrevivir, y que queda plasmada en esta calle de Berlín. 


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