El tríptico de Otto Dix “Metrópolis”
nos deja ver dos tablas laterales que muestran dos escenas callejeras de
Berlín, abarrotadas de gente por demás peculiar, entre las que podemos ver:
soldados lisiados, mendigos y prostitutas junto a damas y caballeros elegantes
y de alta clase, indiferentes ante la tragedia
que se vislumbra a su alrededor. Vamos, igual que ahora, donde a los que hablan sobre su desesperación se les llama tóxicos.
Sus
personajes se transforman en caricaturas burlescas y crueles de la sociedad
podrida y corrupta de la época: “prostitutas, inválidos, mendigos y ricos que
se agitan en ella,” en un mismo entramado de lugares violentos y opresivos, en
los que no queda espacio para la
esperanza.
En
la parte central del tríptico vemos un ambiente
de cabaret. Hombres y mujeres
lujosamente ataviados bailan y se divierten en un ambiente de lujo que roza la obscenidad y la desvergüenza.
Nos muestra el Berlín de los “años
veinte” en el que el hedonismo manda y todo está permitido, “apurando hasta la
última gota la copa del placer”, en unos años cercanos a la gran tragedia que llegaría con la subida de Hitler al poder
y la derivada Segunda Guerra Mundial que trajo una
pavorosa desolación y la muerte de un gran número de seres humanos.
Para explicar qué le pasa a la pintura de Otto Dix a partir de este momento podríamos señalar que los ojos del artista se “descarnan” aún más, y esto hace que se rompa fuertemente esa “verdad que se esconde detrás de la realidad que muestra en sus obras”.
Dix fue un artista para el que las cualidades de lo “bello” y lo “feo” no tenían sentido alguno, y eso le llevó a realizar un tipo de pintura que no deja indiferente al espectador. Es una pintura que traspasa los límites de lo humanamente soportable y nos conduce a unos espacios violentados por la guerra, avasallados por una violencia irracional y disparatada en el que reina la fealdad, lo repulsivo, la decrepitud, la crueldad, la desesperación y la angustia, todo ello utilizando un lenguaje muy adeudado del futurismo italiano, que es el ideal para expresar de forma fidedigna las explosiones de las granadas. Dix, siempre se condujo por la misma máxima: “Confía en lo que ves” la cual utilizó a lo largo de su dilatada carrera para puntualizar el sentido que daba a su trabajo artístico.
Dix pondrá su técnica al servicio de un hondo realismo que
acometió la Neue Sachlichkeit, influido por la guerra que vivió en su propia
persona, ante el horror que vio en las trincheras al estar junto a soldados
terriblemente mutilados o desfigurados y cuerpos destrozados por la metralla. Todo ello va a ser una constante en su
obra de este periodo, intentado expulsar fantasmas de su interior. La enorme calidad de su dibujo y el esmero y atención que presta al detalle es evidente en esta
obra.
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